martes, 22 de marzo de 2011

Enseñanza Presencial

Con el objetivo de hacer llegar la educación a todo aquel que la necesita, aparecieron
las prácticas de educación a distancia. Estas prácticas han exigido siempre la
existencia de un elemento mediador entre el docente y el discente. Generalmente,
este mediador ha sido una tecnología, que ha ido variando en cada momento. Si
históricamente nos referíamos al correo convencional, que establecía una relación
epistolar entre el profesor y el estudiante, con el tiempo hemos ido introduciendo
nuevas tecnologías que, por su coste y su accesibilidad, nos permiten evolucionar en
esta relación a distancia (Bates, 1995).

Sin embargo, nos acojamos a la teoría que nos acojamos, siempre aparecerán unos
elementos en juego comunes en todos los casos. El primero de éstos es el objeto de
cualquier sistema educativo: el estudiante. El análisis de sus necesidades y de sus
características específicas (edad, nivel educativo previo, estatus social, disponibilidad
de tiempo para el estudio, etc.) se convierten en elementos absolutamente
condicionantes que, en caso de no tenerlos en cuenta, impiden definir cualquier
modelo de educación a distancia mediado por alguna tecnología. De hecho, hay quien
objetaría que esto podría aplicarse a la educación en general, y así es. Sin embargo,
así como en la formación presencial o convencional (Tait y Mills, 1999), por regla
general, nos dirigimos a un grupo, sea éste homogéneo o no, cuando entramos en
contextos de educación a distancia el individuo ha sido analizado de forma segregada
con respecto a su grupo de origen, si lo hay.

Un segundo elemento es el docente. Es fundamental el papel que el profesor
desarrolla en la relación con el estudiante. En realidad, existe un hecho muy
interesante en las teorías más comúnmente analizadas: todas hablan de "diálogo", o
de un concepto equivalente, como un modelo de educación a distancia. El concepto
"diálogo" nos aporta elementos muy enriquecedores en ciertos casos, pero también
hay ocasiones en que no nos aporta prácticamente nada. Sólo Peters, que además
mantiene que no intenta elaborar una teoría de la educación a distancia (Peters,
1989), no lo utiliza.

El tercer elemento son los recursos que se ponen a disposición de los estudiantes
para el aprendizaje. Y ahí es donde aparece otro de los conceptos básicos: la
interacción. Hablemos de modelos basados en la autonomía o de modelos basados en
la comunicación, en ambos casos observamos que la interacción es considerada un
efecto positivo. Se han analizado las diferentes tipologías de interacción más
habituales en las relaciones que se establecen en los modelos de educación a
distancia, llegándose a plantear modelos transaccionales (Moore, 1989), pero siempre
se ha realizado este análisis en un contexto donde la comunicación entre estudiantes y
profesores era posible, pero no lo era entre los propios estudiantes si no "rompían" con
la distancia desde una perspectiva física.

No hay comentarios:

Publicar un comentario